
El orden social no tiene una explicación única y absoluta, sino que se presenta como resultado de la combinación de diversas fuerzas sociales. Antes de referirnos a los factores integrados de la regularidad de la conducta social, vale la pena detenernos en dos facetas que la misma presenta: la regularidad fáctica y la regularidad normativa. Debe aclararse que estos dos tipos de conductas no se presentan puros sino entrelazados uno con otro.
1. La regularidad fáctica está constituida por aquellas actitudes repetitivas que no son impuestas, sino que realizamos habitualmente como parte de nuestra actividad diaria. Muchos de estos hábitos pueden ser adquiridos normativamente en el seno familiar (ósea impuestos por nuestros mayores) pero seguimos realizándolos transcurrido el tiempo, aunque su falta de acatamiento ya no acarree sanción.
2. La regularidad normativa está constituida por un grupo de acciones que de no cumplirse podrían traer un castigo impuesto socialmente. También es posible que muchas de estas conductas se realicen cotidianamente porque nos son convenientes, más allá del temor al castigo por su falta de cumplimiento u observancia.
Por ejemplo, la ruta que un conductor toma para conducirse de su domicilio a su trabajo –que puede estar determinada por factores como gusto o conveniencia- constituye una conducta que se encuadra dentro de la regularidad fáctica, una acción determinada libremente sin apego a ningún deber. En cambio, el hecho de que, normalmente, el mismo automovilista obedezca las luces y señales de tráfico, constituye una regularidad normativa que de no observarse le acarrearía sanciones. Y resultaría poco práctico, más allá de las sanciones, ya que podría provocarle un accidente.
De este modo las regularidades a través de las cuales se manifiesta el orden social presentan características diferentes, y de ello deriva que no pueda acudirse a un solo elemento como explicativo de la existencia del orden social.
Distintos autores han diversas hipótesis para explicar la existencia de este orden, las cuales pueden ser clasificadas en tres grandes corrientes: la que considera a la fuerza como elemento fundamental; la que atribuye al interés individual la cohesión social, y la que estima que esta se produce por costumbre.